El arte de no recargar
Hay momentos en que el silencio y el espacio vacío dicen más que una explosión de color o de palabras. Descubrí esto en el canto coral, donde una pausa bien colocada puede ser tan intensa como una nota alta. Lo mismo pasa en el arte visual o en el aula: lo que no se dice, también educa.
Empecé a entenderlo cuando dejé la rigidez de los informes y planificaciones para conectar con lo espontáneo: una mancha de pintura, un trazo libre, una voz quebrada en un ensayo coral. Me di cuenta de que el arte no tiene que ser perfecto para ser honesto, y que muchas veces menos es más, porque menos deja espacio para sentir.
La base invisible del aprendizaje
En mis prácticas como docente, he aprendido que lo más valioso no siempre está en lo que se enseña, sino en lo que se provoca. A veces, una consigna abierta, una hoja en blanco o una pregunta sin respuesta son las llaves para que los estudiantes exploren su propio mundo interior.
Es como elegir el primer color sobre un lienzo vacío: lo importante no es llenar, sino escuchar lo que el vacío pide. En ese silencio hay reflexión, hay escucha, y hay posibilidades.

Empezar de nuevo también es arte
Estudiar Pedagogía en Artes y Humanidades ha sido como cambiar de paleta: antes todo era orden, números y gestión; ahora hay trazos más libres, emociones que fluyen, y también un reencuentro conmigo misma.
Pero no he dejado atrás mi parte organizadora. Más bien, la estoy transformando: quiero que cada proyecto artístico o educativo que desarrolle tenga alma, pero también estructura. Porque un cambio de color no solo embellece una obra, la transforma.

Volver a estudiar después de una primera carrera fue un reto emocional y mental. Al principio me sentía fuera de lugar, como si el arte fuera un lenguaje que ya todos hablaban menos yo. Pero con el tiempo comprendí que mi experiencia previa me da una mirada distinta, valiosa, que puede aportar a construir algo nuevo: una educación artística con propósito y dirección.
Mis estudios también me han llevado a explorar aspectos de mí que no había querido mirar: mi sensibilidad, mi voz, mi necesidad de sanar. Cada clase, cada lectura, cada práctica con niños y niñas ha sido como aplicar una nueva capa de color sobre mí misma. Algunas capas han dolido, otras me han llenado de luz, pero todas me han hecho crecer.
Hoy creo que cambiar de rumbo fue una forma de ser honesta conmigo misma. Y aunque a veces da miedo empezar de nuevo, hay una belleza inmensa en atreverse a ser principiante. Esa misma emoción quiero transmitir a mis estudiantes: que no teman equivocarse, que se permitan probar, borrar, volver a pintar.
Porque eso también es arte: no solo crear algo bello, sino permitirnos transformarnos mientras lo hacemos