Flores marchitas: cuando lo mínimo dice todo

07.06.2025

Cuando comencé a explorar el arte, buscaba representar todo al detalle. Quería que cada trazo explicara algo, que no quedara nada sin decir. Pero con el tiempo descubrí que no siempre se necesita llenar el lienzo para transmitir un mensaje profundo. A veces, una flor basta.

Este pensamiento se convirtió en acción durante el desarrollo del proyecto "Flores Marchitas", un happening que realicé junto a mi compañera Esthefany Ramón para la cátedra integradora de Pedagogía en Artes. El tema: el abuso en sus múltiples formas y la resiliencia como camino de sanación.
Ese día entendí que el arte puede ser minimalista no solo en lo visual, sino también en su estructura: pocos elementos, pero llenos de significado.

Un gesto sencillo, una emoción profunda

En "Flores Marchitas", invitamos a los participantes a dibujar una flor (o cualquier símbolo) sobre una gran tela blanca, como acto de expresión personal frente al dolor vivido. No se requerían grandes habilidades técnicas, solo honestidad.
Los trazos eran simples, a veces temblorosos, otras veces intensos. Cada flor era distinta, como lo es cada historia. La tela se fue llenando lentamente, como si el silencio empezara a hablar.

Pocas palabras, mucha verdad

Durante el evento, acompañamos el momento con música instrumental suave y entregamos pequeñas tarjetas con frases que hablaban de resiliencia.
Una de ellas decía:
"El dolor puede haber sido parte de tu historia, pero la resiliencia será el final que escribas."

Esa frase resonó tanto con el público como conmigo. Ahí comprendí que el minimalismo no es frialdad: es contención. Es elegir cuidadosamente qué decir y dejar que lo esencial hable por sí solo.

Usando colores

Este proyecto también me enseñó cómo llevar ese enfoque al aula. No se necesita un despliegue técnico para generar experiencias significativas.
Como educadora, quiero que mis estudiantes comprendan que una sola línea puede ser un grito, una flor una historia, y un espacio vacío una pausa necesaria. Que el arte no siempre debe gritar; a veces basta con que susurre.

El producto final fue una instalación colaborativa donde la tela —antes vacía— se convirtió en un mosaico de emociones, vivencias y esperanza.
Fue una obra construida desde lo mínimo: flores, frases, música. Pero también desde lo más profundo: dolor, verdad y deseo de sanar.

"Flores Marchitas" me recordó que el arte puede ser una flor sencilla en medio del ruido. Y que, a veces, menos es más... pero también es justo lo necesario.

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